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Intercambios de parejas. Dónde están los límites

Juan y Sara son una pareja que llevan 10 años conviviendo juntos. Juan tiene 48 años y Sara 44. Ambos están divorciados. Sara tiene un hijo de 15 años de su pareja anterior y Juan una hija de 14. Los cuatro viven con cierta armonía pese a lo difícil que son las relaciones en familias reconstituidas.

Juan y Sara tenían una vida plena hasta que ambos decidieron por mutuo acuerdo probar la idealizada práctica del intercambio de parejas.

Sara mostró ciertas reticencias. Según ella se sintió arrastrada por la vehemencia de Juan.

Llevaban años hablando y fantaseando del tema en sus relaciones de alcoba.

Juan llevaba tiempo abonando el terreno para convencer a Sara. Él, hombre inteligente, abierto a experiencias nuevas, fue realizando un master intensivo en todo lo que envuelve al mítico y subrepticio mundo del intercambio de parejas.

Viajan hasta Madrid para preservar su anonimato con celosía.

Van nerviosos. Son muchos los miedos pero también mucho el morbo y la excitación que conlleva el momento.

Acceden al local temblorosos, como distantes, pero poco a poco van entrando a formar parte del grupo y terminan realizando sexo, ambos por separado pero a golpe de vista del otro.

La experiencia es lo máximo para Juan pero no tanto para Sara. A ella le cuesta explicar lo que ha sentido. Sí que tiene claro que no volvería a repetirlo. Sin embargo es tarde. Ya se ha abierto la caja de los vientos de Pandora. No hay retorno. Esto tardarán años aún en darse cuenta. Ambos. De momento la pareja sale fortalecida. Se sienten reforzados el úno hacia el otro. La complicidad es máxima.

Si embargo no hay retorno porque Juan tras la experiencia siente que no existen los límites, que todo vale, que todo es perdonable, que Sara le quiere por encima de todo. El empieza entonces su andadura en solitario, en secreto. Lo hace a través de las redes y a través de contactos virtuales. También en persona. Se crea infinidad de perfiles distintos y empieza el camino hacia lo obsesivo. Se hace experto en la mentira hasta que un día comete el error de dejarse el móvil encima de la mesa del salón mientras se ducha para ir a uno de sus encuentros furtivos. Sara mira el mensaje que entra en el teléfono de su amado Juan: "Te espero en el hotel. Voy sin bragas"

Es aquí donde acaba el sueño y empieza la pesadilla. De ambos. Espero que encuentren retorno. Algún día. En ello estamos.

Siguen en terapia.

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